Evangelio para el día Miércoles 18 de enero de 2017
Miércoles de la segunda semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Marcos 3,1-6.
Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada.
Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: "Ven y colócate aquí delante".
Y les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
Reflexión:
«Dolido de su obstinación»
Jesús, Verdad eterna, vida nuestra, te suplico y mendigo tu misericordia para los pobres pecadores. Dulcísimo Corazón de mi Señor, lleno de piedad y misericordia inefable, te suplico para los pobres pecadores. Oh Corazón sacratísimo, fuente de misericordia cuyos rayos de gracias inconcebibles se extienden sobre todo el género humano, te lo suplico, da luz a los pobres pecadores. Oh Jesús, acuérdate de tu amarga Pasión y no permitas que se pierdan las almas rescatadas con el precio de tu sangre santísima.
Jesús, cuando contemplo el don de tu sangre, me gozo de su inestimable valor, porque una sola gota hubiera sido suficiente para salvar a todos los pecadores. Aunque el pecado sea un abismo de mal y de ingratitud, el precio que has pagado por nosotros es sin medida –y es por ello que cada alma puede confiar en la Pasión del Señor y poner toda su esperanza en su misericordia. Dios no negará a nadie su misericordia. El cielo y la tierra pueden cambiar, pero la misericordia del Señor jamás se agotará (cf Mt 24,35). Oh, cómo arde de gozo mi corazón cuando veo, oh mi Jesús, tu inconcebible bondad. Deseo hacer llegar a todos los pecadores a tus pies para que alaben tu amor infinito por siglos sin fin.
Jesús, cuando contemplo el don de tu sangre, me gozo de su inestimable valor, porque una sola gota hubiera sido suficiente para salvar a todos los pecadores. Aunque el pecado sea un abismo de mal y de ingratitud, el precio que has pagado por nosotros es sin medida –y es por ello que cada alma puede confiar en la Pasión del Señor y poner toda su esperanza en su misericordia. Dios no negará a nadie su misericordia. El cielo y la tierra pueden cambiar, pero la misericordia del Señor jamás se agotará (cf Mt 24,35). Oh, cómo arde de gozo mi corazón cuando veo, oh mi Jesús, tu inconcebible bondad. Deseo hacer llegar a todos los pecadores a tus pies para que alaben tu amor infinito por siglos sin fin.
Santa Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa
Diario, § 72
Diario, § 72
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