Evangelio para el día Martes 13 de diciembre de 2016
Martes de la tercera semana de Adviento
Evangelio según San Mateo 21,28-32.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'.
El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".
Reflexión:
Evangelio según San Mateo 21,28-32.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'.
El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".
Reflexión:
Arrepentirse y creer en la palabra de Dios
Hermanos, es llegado el momento de salir, cada uno por su lado, del lugar en que nos ha colocado nuestro pecado. Salgamos de nuestra Babilonia para encontrarnos con Dios nuestro Salvador, tal como nos lo dice el profeta: «prepárate, Israel, a salir al encuentro de tu Dios, porque viene» (Am 4,12). Salgamos del abismo de nuestro pecado y aceptemos ir al encuentro del Señor que asume «una carne semejante a la nuestra» (Rm 8,3). Salgamos de la voluntad de pecar y vayamos a hacer penitencia por nuestros pecados. Entonces encontraremos a Cristo: él mismo ha expiado el pecado que de ninguna manera él había cometido. Entonces, el que salva a los penitentes nos concederá la salvación...: «Tiene misericordia con los que se convierten» (Si 12,3 Vulg).
Me diréis:... «¿Quién puede, por sí mismo, salir del pecado?». Sí, verdaderamente, el pecado más grande es el amor al pecado, le deseo de pecar. Sal, pues, de este deseo..., odia el pecado y verás como sales de él. Si tu odias el pecado, has encontrado a Cristo allí donde se encuentra. A los que odian el pecado..., Cristo les perdona las faltas esperando poder arrancar la raíz de nuestros malos hábitos.
Pero vosotros decís que incluso esto es mucho para vosotros y que sin la gracia de Dios le es imposible al hombre odiar su pecado, desear la justicia y quererse arrepentir: «¡Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres!» (Sl 106,8)... Señor, sálvame de la dejadez de espíritu y de la tempestad... Oh Señor, de mano poderosa, Jesús todopoderoso, tú has liberado a mi razón del demonio de la ignorancia y arrancado mi voluntad de la peste y sus codicias, libera ahora mi capacidad de actuar a fin de que con tus santos ángeles... pueda yo también «ejecutar sus órdenes, pronto a la voz de su palabra» (Sl 102,20).
Me diréis:... «¿Quién puede, por sí mismo, salir del pecado?». Sí, verdaderamente, el pecado más grande es el amor al pecado, le deseo de pecar. Sal, pues, de este deseo..., odia el pecado y verás como sales de él. Si tu odias el pecado, has encontrado a Cristo allí donde se encuentra. A los que odian el pecado..., Cristo les perdona las faltas esperando poder arrancar la raíz de nuestros malos hábitos.
Pero vosotros decís que incluso esto es mucho para vosotros y que sin la gracia de Dios le es imposible al hombre odiar su pecado, desear la justicia y quererse arrepentir: «¡Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres!» (Sl 106,8)... Señor, sálvame de la dejadez de espíritu y de la tempestad... Oh Señor, de mano poderosa, Jesús todopoderoso, tú has liberado a mi razón del demonio de la ignorancia y arrancado mi voluntad de la peste y sus codicias, libera ahora mi capacidad de actuar a fin de que con tus santos ángeles... pueda yo también «ejecutar sus órdenes, pronto a la voz de su palabra» (Sl 102,20).
Isaac de Stella (¿-c. 1171), monje cisterciense
1er Sermón para el 2º domingo de Cuaresma
1er Sermón para el 2º domingo de Cuaresma
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